jueves, 31 de mayo de 2007

Volar


No soy yo quien escribe estas palabras huerfanas

Hoy la vida se me vino encima al amanecer, ya no podía salir de mis lagrimitas y menos de mis sabanas tramposas a las que les da por abrazarme cada vez que me siento así de “piltrafita”. Pero ya saben, uno hace lo que se le pega la gana y yo no podía dejarme ahí tirada viendo como el sol encendía las vidas de todos sin conseguir quitarme el frío. Con todo y mi moquito tendido me salí huyendo de las terribles guerras que hacían estallar como bombas a mis ojos. La primera mitad del día no fue fácil, no pude huir como lo había previsto y decidí mejor salir volando. Por eso les pongo estas dulces palabras que no son las mías pero que sirven para volar.
De Oliverio Girondo:

VUELO SIN ORILLAS

Abandoné las sombras,
las espesas paredes,
los ruidos familiares,
la amistad de los libros,
el tabaco, las plumas,
los secos cielorrasos;
para salir volando,
desesperadamente.

Abajo: en la penumbra,
las amargas cornisas,
las calles desoladas,
los faroles sonámbulos,
las muertas chimeneas
los rumores cansados,
desesperadamente.

Ya todo era silencio,
simuladas catástrofes,
grandes charcos de sombra,
aguaceros, relámpagos,
vagabundos islotes
de inestables riberas;
pero seguí volando,
desesperadamente.

Un resplandor desnudo,
una luz calcinante
se interpuso en mi ruta,
me fascinó de muerte,
pero logré evadirme
de su letal influjo,
para seguir volando,
desesperadamente.
Todavía el destino
de mundos fenecidos,
desorientó mi vuelo
-de sideral constancia-
con sus vanas parábolas
y sus aureolas falsas;
pero seguí volando,
desesperadamente.

Me oprimía lo flúido,
la limpidez maciza,
el vacío escarchado,
la inaudible distancia,
la oquedad insonora,
el reposo asfixiante;
pero seguía volando,
desesperadamente.

Ya no existía nada,
la nada estaba ausente;
ni oscuridad, ni lumbre,
-ni unas manos celestes-
ni vida, ni destino,
ni misterio, ni muerte;
pero seguía volando,
desesperadamente.

miércoles, 30 de mayo de 2007

Primero

Me encuentro sí, como muchos, frente a un monitor. Me encuentro frente a un monitor y pareciera no tener un propósito más grande que el de “perder el tiempo”. Para qué perder el tiempo, por qué no vivirlo, por qué no tomar parte y hacer lo que quiera con mí tiempo si al fin y al cabo es de las cosas que pasajeramente son mías y de nadie más. Y tecleo rápidamente y me desdoblo o me cuento a mí. Por un lado a mí para que no se me olvide lo que hago, lo que ya hice; para dentro de veinte años poder volver sobre estas líneas y recordar con los detalles que haya querido, los momentos que no quiero confiar tan sólo a mi buena memoria.

Por otro lado escribo porque de qué otro modo podría hacerme escuchar o leer y, aunque tal vez sea cierto que todo lo que decimos son mentiras y lo demás es silencio, escribo para que algún perdido trasnochador, madrugador o entusiasta navegante encuentre en mis letras ganas de hacer las propias o ganas de leer las de los demás (he de confesar que las palabras leídas a uno de mis mejores amigos me han puesto el pié para venir a caer en estos bajos mundos) y cuente sus mentiras como verdades o sus verdades como mentiras, pues al fin y al cabo todo viene a ser lo mismo si nos ponemos a pensar en la inefable comprobación de todas estas líneas escritas.

Finalmente escribo por la libertad tan bien representada en este interesante pasatiempo. La libertad de decirte que me mata la indiferencia ejercida por mi persona sobre tu boca, por las ganas que traigo de darme un balazo y echarte la culpa y decirte que eres tú, si, como lo mires o como lo leas mejor, tú el que provoca todo lo que escribo, y tú, el otro, el de junto, o tal vez el que vive a cuarenta kilómetros de mi casa, el que suscitará mis líneas más adelante, pero siempre “tú” el anónimo.